Ciertas ARRUGAS de nuestro rostro (como las patas de gallo y los paréntesis de nuestros labios) reflejan, al final de nuestras vidas, cuanto nos hemos reído.
Al final del VERANO, las POSTILLAS de las piernas de nuestros hijos reflejan lo bien que se lo han pasado.
Unas pequeñas HERIDILLAS producidas JUGANDO EN VACACIONES, por correr y frenar, por caerse, por rasparse con el suelo de cemento, de gravilla o de piedrilla, por ir descalzo, por vegetación, rosales y hortigas, ... por ser LIBRE.
En nuestros tiempos estas heridas se curaban con agua oxigenada que escocía más que la subida del IVA y que luego se coloreaba con mercromina.
En nuestros tiempos estas heridas se curaban con agua oxigenada que escocía más que la subida del IVA y que luego se coloreaba con mercromina.
Hoy en día un buen chorro de agua y un antiséptico transparente (utilizar el infantil transparente, por favor, no el de color mierda pura...) hacen que el tema gane en efectividad pero pierda en glamour.
Esas heridas de guerra luego se convertían en postillas, que a veces no se terminaban de curar porque o nos caíamos repetidas veces sobre ellas o las arrancábamos antes de tiempo, por pura curiosidad científica.
Esas postillas son y eran LAS POSTILLAS DE LA ALEGRIA. Y ahora que veo la foto, yo tengo una pequeñita en el dedo gordo por jugar a futbito en chancletas. Como disfruté ese día...
Dios... es verdad, que pila de días he acabado echando unos chut al balón en txankletas este verano...
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